De niños rompíamos relojes
para tratar de entender el tiempo,
y ahora después de tantos años
nos olvidamos de ponerlos
por miedo a descifrarlo.
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La mariposa en su vuelo errático
roza tus labios con el polvo de oro de sus alas
y me da la sed del buscador de tesoros.
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Estábamos vestidos solo con la piel
y cada día la intercambiábamos.
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Cuando miro tus ojos, verdes como las algas,
el mundo se llena de guitarras.
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Bañas tu cuerpo en el mar
y asombras a los peces.
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Crece una rosa sin amor
entre dos muros de cemento.
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Cuando un cristal se rompe , herido por La Luz;
unos iris como zafiros centellean;
son tus ojos que todo lo trascienden.
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Como las lágrimas de luna en su inflexión,
armonizan su cadencia en una caracola,
así puedo oír el mar en tus manos de nacar.
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Cuando oigo el repicar de lluvia en el paraguas
recuerdo tus lágrimas:
una por cada luciérnaga que muere.
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De pequeños hacíamos collares de perlas
hechos con trozos de vidrio de aristas biseladas,
pulidos por el vaivén del tiempo y las mareas.
Yo te ofrecí el más bello, hecho de rubíes y zafiros;
procedían de unas canicas y una ensaladera.
Nunca me sentí tan feliz;
fue el mejor regalo que te hice.
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Como se pierde el mar entre las manos
así se va el tiempo, lentamente,
como se escurre una lágrima;
dejando un regusto de sal entre los dedos.
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Hay un instante en nuestras vidas
que separa la plenitud,
de una existencia opaca,
Insustancial, llena de minutos repetidos.
Ese momento en que el amor se vuelve musgo
y a su pesar se mantiene la soledad en compañía.
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Hernán 04/04/17
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