jueves, 13 de abril de 2017

CUANDO YO CREÍA EN MILAGROS



Si hay algo que siento en esta vida
es no haber sido testigo de algún milagro.
No me importa que fuera de un dios o  de varios,
no tengo predilección.
Parece que como haber  hay muchos,
aunque pensándolo bien,
quizás sea el mismo con distintos pasaportes.

Siempre sentí fascinación por los milagros.
Ya desde muy pequeño estuve atento
y rece mucho animado por los padres jesuitas.

Me aplique con fervor a todo tipo de oraciones
que plagiaba sin pudor de estampas y misales .
Aunque reconozco que mis primeras plegarias
eran poco trascendentes.

Lo de "superpoderes" me costó algún moratón
y un ojo negro.
Aquello de "la atracción irresistible", no surtió efecto.
La niña rubia seguía sin mirarme y jamás lo hizo.
Lo de "alto y listo", ya lo consideré más que un milagro,
y no hice ni un intento.

Entonces se me ocurrió
que quizás estaba pecando  de egoísta,
y empecé a pedir para los otros.

Comprendí enseguida que mi petición de maldades,
en los curas no surtirían efecto,
debían de estar protegidos por algún sagrado blindaje.

Después de acudir a unas charlas
de un misionero barbudo, con aire de pirata
o de mendigo irreverente;
empecé a vislumbrar  que allá afuera
había un mundo mucho más cruel que el de un niño
solitario abandonado en un internado.

Yo estaba flacucho y pasaba hambre;
pero nada que no pudiera remediar
alguna manteca casera de mi madre.
Tenía el culo amoratado de los palos del maestro;
pero aquellos niños no tenían culo,
solo eran piel y huesos, y unos ojos negros,
grandes como pozos, que interrogaban sin respuesta.

Animado por lo de "los panes y los peces",
empecé  a pedir milagros a diestro y siniestro.
Imploré a mi Dios y a todos los que por ahí
anduvieran camuflados.

Solo les pedía pan y alubias
(no les fuera a causar algún esfuerzo)
pero ellos pedían menos:
de momento se contentaban con agua y un poco de cariño:
agua para soportar  al menos un día más
y el cariño para  sobrellevar el miedo de la noche
con sus  atronadores relámpagos de muerte.

Pero el cariño que les quedaba,
estaba ahora sellado  bajo una cremallera,
y las lágrimas de siglos,
eran como escarcha reseca
en el cauce de un arroyo después de una sequía.

Aquellos bultos abandonados en cualquier calleja
eran una simple etiqueta en la que rezaba:
"daños colaterales"

Seguí ,tozudo, implorando milagros a mi Dios
e inventando cada día  nuevas plegarias
(acompañadas incluso de alguna lágrima
a ver si así lo camelaba)
Pero cada vez más niños se morían de sed
y de hambre.

Me preguntaba: ¿es que mi Dios  mira para otro lado
o tan  mala memoria tiene
que ha olvidado que hay guerras y hambre?

Cuando un fusil dispara a un inocente,
¿donde están los dioses?:
¿se esconden?, ¿se burlan de nosotros?
o será que la vejez ha mermado sus poderes.

Antaño convertían el agua en vino en una boda.
( fútil esfuerzo, que se hubiera arreglado
con unos simples denarios)
y ahora no pueden acallar el hambre
de un niño que morirá mañana,
o la mutilación de una niña
que mira con ojos espantados, suplicantes.

Cuando le pregunté al viejo misionero
porque Dios no concede un milagro a un niño;
sus ojos fatigados me miraron con tristeza.
Se marchó si responderme.
Parecía que en su espalda
encorvada llena de sol y miseria
llevaba el peso de todos los hombres.

Más tarde, cuando supe
que la fe no se puede sujetar con el crimen
ni hay un Dios que merezca un sacrificio,
invoque a todos los demonios;
Incluso quise vender mi alma al diablo.

Como pedir, pedía poco:
bajaría con gusto a los infiernos,
si me acompañaba  alguno de esos triunfadores
que acostumbran a cambiar avaricia por sangre.

Pero ni con los demonios hubo suerte;
seguramente estaría el infierno colmado
y al fin de cuentas la prisa no es su problema.

Y entre éstas, pasé de niño a muchacho
y de creyente a descreído.
Y aquí estoy ahora: olvidado de dioses y demonios
y con esa amarga nostalgia de recordar
cuando era niño y creía en los milagros.

Hernán 12/04/17











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